Y me pasaba varios días oliendo aquella fresca brisa del mar. Podía escuchar en mi habitación el romper de las olas. Sentía al caminar como si lo hiciera sobre la arena de una cala. A menudo veía cometas volar por el cielo, y los coches me salpicaban las botas de un agua con olor a cloro. Cualquier alboroto me parecía al de las fiestas hasta el amanecer de aquella estación que tanto anhelaba. Los edificios, no eran nada comparados con aquellos pequeños castillos de arena. Llegó un momento en el que pensé que las peceras eran en realidad grandes mares. Viví un verano en un invierno frío, todo ello dentro de mi cabeza. Y todo ello, soñando. El verano tiene algo, que hace que esté presente durante toda la vida. Incluso añoro las banderas rojas en la playa, las picaduras de mosquito, qué digo, añoro las playas abarrotadas de gente. ¿Echo de menos lo malo? No. En el verano no hay nada malo. Simplemente hay que hacer de lo normal, algo extraordinario.
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He aquí una entrada muy veraniega. Por cierto, no voy a poder escribir ni leer vuestros blogs, porque me voy un mes de vacaciones. Os prometo que a la vuelta, renovaré y os leeré. ¡Que os lo paséis genial, y gracias a los 127 seguidores! Por si no os lo había dicho ya,
¡Feliz verano para unos, y feliz invierno para otros!